Recuerdo una comida, creo que en Madrid, en la que estábamos un par de banqueros, el encargado de Madrid y el dueño de la empresa radicada en Valencia. La comida transcurrió estupendamente y no se pudo pedir más en cuanto a calidad. A los postres empezó una conversación en la que se fueron tocando varios temas. En un momento determinado, a raíz de lo que se comentaba, yo conté lo siguiente. -Si, yo conozco un caso en Valencia. Una persona, con todos sus permisos, montó un restaurante en la costa. Al poco decidieron que toda la autovía y por muchos kilómetros, fuera vallada. Más o menos es normal, pero si hay negocios que se han autorizado, sería necesario en algún punto crear un entrada. No fue así. El dueño tiró varias veces una parte de la valla para que pudieran acceder clientes a su local y otras tantas la pusieron nuevamente. Ahora es una ruina deshecha en la que, aparte de las gaviotas, sólo sería posible ver algún maleante o drogadicto. No se que sería de aquel pobre hombre al
Algo parecido me pasó en Extremadura. En la mesita de noche había un aparatito para poner una moneda de duro (5 pts). Supuse que sería para la televisión aunque ya estaba encendida "en un rato se apagará si no le meto una moneda" pensé. Y metí el durito. Inmediatamente comenzó la cama a dar saltos y cabriolas con un masaje sensacional. Bueno, pensé, bien está cinco minutos de masaje. ¡Pero a la hora y cuarto aquello seguía cada vez más enloquecido! Ya no sabía qué hacer, si llamar para decir que pararan a la cama saltarina o acostarme en el sofá de la habitación. Diez minutos después con un ligero saltito, se acabó el masaje.